El Massachussets Institute of Technology (MIT) reunió la semana pasada en Boston a 500 grandes mentes de todo el mundo para empezar a resolver algunos de los retos pendientes de la humanidad. Es la primera fase de la iniciativa SOLVE que pretende en poco tiempo aglutinar a pensadores, emprendedores y centros de tecnología de todos los continentes para abordar retos concretos en ámbitos como la pobreza, el agua, la educación o la salud. Las alianzas entre los mejores científicos y tecnólogos del mundo con los súper emprendedores globales está llenando de optimismo el mundo. ¿De verdad creen que es posible resolver los grandes problemas de la humanidad en pocos años a base de tecnología y de ambiciosos emprendedores sociales? ¿Son realmente conscientes de lo que dicen?
Son numerosos los críticos de este enfoque, que argumentan, no sin razón, que los problemas sociales se deben más a razones profundamente humanas y, por tanto, humanas han de ser las soluciones. Los conflictos, según ellos, no se resuelven con tecnología y soluciones a la carta, sino con buenas políticas y acuerdos, con la implicación activa del Estado y la generosidad de todos los ciudadanos. Las guerras, la corrupción y la desigualdad del sistema económico no se combaten con tecnología sino con el esfuerzo y la compasión de todos. Los valores que degradan una sociedad no se cambian con aparatos sofisticados sino con buenos maestros y la participación activa de toda la tribu.
Aun así, estos enfoques grandilocuentes siguen inexorablemente su marcha sin miedo a toparse con la decepción de la realidad. Parecen a veces parte de un movimiento cuasi religioso siendo su dogma de fe el poder infinito de la tecnología en el mundo. Y aun así nos preguntamos: ¿es posible que tengan algo de razón?
Tras darle algunas vueltas a estos enfoques de resolución de retos globales, leer algunos libros de sus promotores y de viajar recientemente a Reino Unido, uno de los centros neurálgicos de este tipo de pensamiento, he observado que existen luces y sombras manifiestas en este movimiento.
Por la parte de las luces, identificó 6 palancas exponenciales que, si se saben utilizar apropiadamente, sí pueden llegar a generar grandes impactos: viralidad, plataforma de colaboración, tecnofilantropía, emprendedores sociales de alto impacto, innovación social de grandes corporaciones y grandes tecnologías exponenciales.
Dicho todo lo cual, sería un gran error pensar que ya no serán necesarios los enfoques locales, la actividad cotidiana de las asociaciones de vecinos, las ONG?s, las casas de acogida, los comedores sociales o el trabajo diario de numerosos voluntarios en la comunidad. Recientemente tuve ocasión de visitar en Reino Unido The Young Foundation, uno de los referentes mundiales en innovación social. Ellos trabajan intensamente con la comunidad, realizan estudios etnográficos que identifican las narrativas existentes en la población y trabajan desde dentro para desarrollar otras nuevas narrativas que transformen el barrio. Son procesos lentos y costosos, poco exponenciales, pero mucho más duraderos y eficientes. Su tesis es que todo lo que no se haga desde dentro y con la colaboración de las poblaciones afectadas, será difícil que tenga éxito.
En resumen, la era digital, internet y la tecnología disruptiva están permitiendo que personas y entidades en todo el mundo puedan soñar con impactos exponenciales con sus ideas y sus causas. Aun así, hay que ir con cuidado porque son numerosos los proyectos que fracasan al pretender imponer soluciones homogéneas a realidades complejas. Aunque existe un evidente futuro para las soluciones exponenciales, siempre seguiremos necesitando el toque humano, y el arduo y constante trabajo de todos en nuestro entorno local.